Boletín Enredando, Martes 21 de Marzo de 2017
“Pude colocar el ladrillo que faltaba y seguir adelante”
Por Carina Toso
El músico y compositor pasó por Rosario, tocó en el Museo de la Memoria y charló con enREDando. A poco más de dos años de saber que es hijo de los militantes montoneros Laura Carlotto y Oscar Montoya, secuestrados y asesinados durante la última dictadura cívico-militar, hace un balance, recorre la intensidad de aquellos días y entrelaza su carrera de músico con sus sentimientos más profundos ligados a su historia.
Estaba tocando el piano, como casi todos los días, cuando sonó el teléfono. Ignacio nunca imaginó que al atender escucharía aquellas palabras. Para él era un día más en la tranquilidad de su Olavarría querida. Esa ciudad a la que siempre vuelve. “No quiero otro lugar para vivir, tengo mis amigos ahí, mi familia. Quiero que mi hija crezca ahí. Es un refugio enorme”, dice. Ese 5 de agosto de 2014 lo sacaría un tiempo largo de esa tranquilidad que atravesaba su rutina. Del otro lado del auricular escuchó una voz que respondía a una duda que él mismo había decidido despejar: que sí, que era uno de los nietos buscados por las Abuelas: el 114. Pero había más: era el nieto de la Presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto. Y esto llevaba a un dato más: al mismo tiempo que él se enteraba, la noticia ya corría por todas las vías de comunicación del país. Los portales de internet lo afirmaban, las redes sociales lo compartían y la jueza a cargo, en un exabrupto nacido quizás de la emoción o de la ansiedad de dar la primicia, daba casi por cadena nacional su nombre, profesión y prácticamente la dirección de su casa.
El torbellino lo agobió en un segundo. De golpe para todos era Guido, ese Guido que buscaron por 36 años, aunque él sostenía y repetía que su nombre era Ignacio. Los medios rodearon su casa. Siguieron las conferencias de prensa, las preguntas y muchos encuentros. De estar sentado en su butaca frente al teclado pasó a acompañar a su abuela en una gira por unos 14 países. “Conocí presidentes, al Papa, hablé con mucha gente. De golpe iba a una escuela de un barrio a tocar, después tomaba un avión y me iba a dar un concierto a Colombia para pibes que venían del monte y nunca habían escuchado un piano. Después otro vuelo para ir a Oslo para tocar en una biblioteca. Muchas realidades juntas me hizo tener una nueva mirada del mundo que es mucho más amplia que la que tenía y me llenó de dudas, lejos de haberme dado certezas. Las certezas hoy son muy pocas. Y cuando hay muchas certezas hay muchas equivocación”, dice.
Hoy intenta volver a la tranquilidad de Olavarría donde ya tiene en el horno muchos proyectos: su Trío con el que hace algunas canciones propias y algunos covers. Sigue con su Sep7eto. Tiene además un dúo de tango con un amigo, una banda de banda de rock en Olavarría: Forasteros Blues y da clases en el conservatorio de esa localidad. A todo esto se suma que está componiendo música para dos documentales y está preparando varios conciertos en los que estará acompañado por una orquesta.
– ¿Cómo viviste ese instante en que te llamaron por teléfono y te dijeron que eras uno de los nietos buscados por las Abuelas?
– Ignacio Montoya Carlotto: Ese día estaba tocando el piano en casa y de golpe todo cambió. Cuando cualquiera de nosotros que tiene dudas sobre su identidad o se somete a una situación como la mía, de pedir que se investiguen sus orígenes biológicos, uno firma un pacto de confidencialidad que no es verbal en el cual supuestamente tus datos están protegidos. No sucedió eso conmigo. Entonces hay dos visiones de la misma historia. Una cosa es lo que me pasó a mi, y otra cosa es lo que le pasó al resto, que incluye a las familias que me estaban buscando para las cuales representó una alegría enorme, una explosión. Pero no necesariamente para mí fue ni tan alegre ni tan cómodo. Cuando mi tía me llama y me explica todo, fue en una sola oración. Ya ahí me di cuenta que no iba a ser fácil. Cuando corté con ella, me metí en internet y ya decían, no mi nombre, pero sí estaba la noticia en algunos portales. Todo lo que vino después era imposible de preveer, de pensar. Y es algo con lo que uno vive toda la vida. Tampoco sé que hubiese pasado si se hubiera dado distinto. Se dio así y así hay que salir adelante.
– ¿Cómo fuiste manejando todo este proceso?
– I.M.C: Fue difícil. Sobre todo porque esto va detrás de una gran alegría. Parece que como hay alegría no hay límites y está todo bien, y no importa porque estamos felices, pero yo también tenía derecho en cuestionar esa felicidad, en mi al menos, no en los demás que estaba muy bien. Fue una situación de poner constantes límites. Desde mi nombre hasta mis cuestiones más sensibles. Y es una tarea desgastante y lo sigue siendo, infinitamente menor pero también está presente. Después uno empieza a trabajar en los daños internos que son también unos cuantos y que te hace pensar que esto es algo con lo que vas a convivir.
– Pensando tu identidad como una construcción, ¿Cómo te hizo crecer este cambio en tu vida, qué le aportó?
– I.M.C: Empecé a entender que ese ladrillo en los cimientos que uno tiene que tener de saber quiénes son sus padres biológicos, de dónde vienen, por qué tenés determinados rasgos o sos propenso a algunas enfermedades y otras no, es un ladrillo que se pone en la parte de abajo de esa construcción. Cuando crecés y ese hueco te quedó vacío, construís un mundo con ese agujero. Siento que ahora pude colocar el ladrillo que faltaba y seguir adelante. Con todo el movimiento que implica para la construcción que hay arriba acomodar ese cimiento. Se puede pero se mueve todo. Ese es el lugar que tiene esto en la construcción de mi identidad. También se va reconfigurando lo que hay arriba. No lo modifica, pero lo resignifica. En un momento te encontrás pensando todos los aspectos de tu vida de nuevo. Eso impacta fuertemente. Además, la forma en que se trató mi caso me dejó una serie de cicatrices psicológicas con las cuales tengo que lidiar y me empiezo a dar cuenta que las tengo. No solamente supe quien era mi abuela sino que tuve acceso a un mundo que no conocía. Dentro de esa alegría, también se dan momentos de tristeza porque en todo esto te enteraste que a tus padres biológicos los secuestraron, los asesinaron.
– ¿Y qué sentiste al enterarse de eso?
– I.M.C: Lo que pasa es que son personas que no conocí. Acá hay algo que está bueno tenerlo en claro. Hay dos líneas en esta historia: una la que transitamos los nietos, que transité yo por ejemplo. Y otra que transita la familia que busca. A ellos sí les faltó siempre un integrante y vivieron todos los dolores de las pérdidas, de las desapariciones, el concepto de la tortura. Yo no. Y la verdad que no me parece ni sano ni ético apropiarme de ese dolor. Yo ya tengo los míos que bastante trabajo los voy llevando adelante. A mi no me tocó vivir esa parte. Tampoco me tocó vivir el dolor de la orfandad, no lo siento así. Yo tengo figuras paternas que son otras. En otros casos sí les ha pasado, de tratar de reconstruir la imagen paterna biológica, pero cada caso es diferente, depende quien los crió también y su historia, eso es fundamental. Yo fui un afortunado en ese sentido. Dentro de la historia que ya venía mal parida, haber caído en buenas manos fue una garantía de cierta salud.
– ¿Cómo es tu relación hoy con tus padres de crianza? ¿Tambaleó en algún momento?
– I.M.C: Hoy es muy buena pero tambaleó por supuesto. Pasó por muchos momentos de reclamos, tuvimos que hacer las cuentas más de una vez. Pero ya había perdido dos padres y no quería perder otro dos. No tenía sentido y entendí qué lugar les cabe en esta historia. Ahí los pude ubicar y están conmigo acompañándome, ayudándome a superar eso mismo de lo cual también ellos son responsables.
– ¿Recordás el primer momento en que te relacionaste con la música?
– I.M.C: Si, me acuerdo. En el campo donde vivíamos, en el medio de la pampa, había una pianola. Era un instrumento que se arruinó después de una inundación en Olavarría y lo habían dejado ahí. Fue el primero que vi en mi vida y no se podía usar porque estaba destruido. En casa nunca escuchábamos música. No teníamos luz eléctrica, estábamos lejos de todo y no había televisión. Solo las radios que cumplían como un rol social, eso de avisarle a fulano de tal, de tal puesto que su hijo llegó a tal ciudad. Se escuchaba poca música. Pero cerca de ahí, en una localidad que se llama Colonia San Miguel, se hacían tertulias a la tarde con música en vivo. Me acuerdo que tenía nueve años cuando fuimos por primera vez y escuché la banda que me impactó mucho. Era en vivo y no lo podía creer. Ese es mi primer recuerdo. Ese fue el momento en que dije yo quiero hacer esto. Finalmente se hizo un consejo familiar y se tomó la decisión de que podíamos afrontar ese desafío y empecé a estudiar con uno de los hermanos que tocaba en esa banda que había escuchado. Descubrí un mundo que me atrapó para siempre. Hace poco se hizo una fiesta en esa localidad y los organizadores me invitaron a tocar con esa misma banda que hacía 20 años que no tocaban y armamos un concierto. Volvimos a tocar en el mismo lugar donde los escuché por primera vez, donde toqué por primera vez: el escenario del club Independiente.
– ¿A pesar de toda la vorágine lograste mantener tu ritmo de vida y las relaciones de antes?
– I.M.C: Si, y todo eso es lo que me constituye. Muchos me dicen como slogan: vos te encontraste con tu historia. Y si, pero con la historia que había vivido yo, no con la de mis padres biológicos, la militancia. Con esa historia no sé si me encontré tanto, la sé pero no la puedo hacer mía por no haberla vivido. Pero sí el hecho de cómo se dieron las cosas hizo que yo me pueda encontrar con gente que hacía mil años que no veía y volver a tomar contacto. Pude revisar todo lo que yo había vivido.
– ¿Cuál fue tu balance, si es que ya lo hiciste?
– I.M.C: Todavía estoy luchando con todo esto, no sé cómo voy a terminar al final del partido. Hasta 2014 tuve una vida súper plena. Todos mis problemas empezaron después con un mundo que yo no conocía. Soy un tipo feliz, tengo más recorrido con mi vida anterior que con la actual, a pesar de que ésta es muy intensa. Pero es un balance positivo.
– ¿Algo de todo esto lo trasladaste a la música?
– I.M.C: Trato de llevarlo a la música, como una manera de manifestarlo. Pasa que a veces tengo que cerrar la canilla porque salen borbotones de cosas. No soy un artista literal en cuanto a que escribo lo que me pasa directamente, le busco la vuelta poética porque soy pudoroso. Y porque muchas de las cosas que salen son muy duras entonces trato de darle una vuelta para mostrarlas. Yo me refugié en la profesión para impedir que hicieran de mi todo lo que supuestamente tenía que ser. Ese tipo que tanto años habían esperado. Era el personaje perfecto para cumplir una serie de roles establecidos que pensaron sin preguntarme. La aparición también se dio en un momento político muy particular, la política se metió mucho en esto e hizo mucho daño. Para evitar eso me refugié en la música, en mi mundito interno y empecé a trabajar con eso que me pasaba, con lo que no, con lo que descartaba que es parte de la composición, quizás lo mas importante. Yo creía que seguía haciendo lo mismo pero después cuando escucho el disco que acabo de grabar y escucho el que grabé hace un año atrás, veo a dos personas diferentes. Mientras lo iba haciendo no lo veía, porque uno está metido en el barro y no te das cuenta como se va modificando la cosa.
– Las primeras veces que hablaste en los medios, apelaste mucho al humor para responder ciertas cosas, ¿Tiene que ver con esto que decías de que no eras el tipo que esperaban?
– I.M.C: Había cuestiones muy impuesta como el tema del nombre. Era Guido para todos. El apellido no tuve problema en cambiarlo. Me pareció que correspondía. Pero el nombre no, el nombre es algo más propio, el apellido es una herencia. Hacía 36 años que me llamaba de una forma, fue una pelea atroz porque no entendían que no elija cambiar el nombre. Tampoco entendían que no militara en política, sobre todo por quiénes fueron mis padres biológicos. Me llegaban cartas en las que me decían que yo no entendía quién era.
– En este contexto, ¿En que lugar se paró Estela de Carlotto para relacionarse con vos?
– I.M.C: Y le costó bastante. La familia en general estuvo 36 años construyendo la imagen de una persona que no corresponde conmigo. Fueron 36 años de estar armando un muñeco que ahora tuvieron que destruir y volver a armar. Obviamente a la abuela le costó mucho porque se le mezcla todo, lo anterior, la alegría. Tengo la suerte de tener una abuela muy comprensiva y con la que hemos puesto en claro las cosas desde el principio. Ella sigue haciendo su historia, yo sigo con la mía y nos encontramos. Y cuando nos encontramos, nos encontramos por fuera de todo, por eso ya no damos notas, yo no la escucho cuando habla, no me interesa desde ese lugar. Está buena la cercanía desde lo cotidiano, de pronto estar cocinando juntos y hablando boludeces es más interesante para mi. Es difícil porque además nosotros vamos a pasar menos tiempo juntos de lo que pasamos separados. Y aparte nos agarra con vidas hechas por lo que no podemos estar todo el día juntos y tampoco sé si sería bueno. Nos llevamos bien. Hubo un poco de chisporroteo pero hizo que nos entendiéramos mejor y más rápido.
– ¿Cómo músico en qué momento te encontrás?
– I.M.C: Estoy componiendo mucho, tengo muchos proyectos y mucho material para trabajar. Todo ese cúmulo de emociones, es como una bolsita de donde voy sacando cosas como dijo el Flaco Spinetta, que está llena de porquerías y hay que ir eligiendo. Sumado a que los momentos de crisis que vivimos también te dan mucho capital para componer para crear. Todo el colectivo de artistas está muy sensibilizado, algo que no es político sino social. En el mundo en general se está yendo hacia un lugar tan poco humanista, tan peligroso, que te pone en la obligación de estar como atento. Creo que se avecina en una etapa muy creativa en el arte en general, muy dura. Está bueno por un lado porque te hace crecer. Es un gran momento para ser artista más allá de la dureza.
– ¿Vas a marchar el 24 de marzo?
– I.M.C: Sí, el 24 voy a marchar en Capital Federal. Siempre participé de los actos en Olavarría, el primer acto luego de la noticia lo hicimos en Olavarría, fue gigante. Siempre éramos cuatro y es vez fue mucha gente, hubo artistas, luces, sonido, pantallas. Fue una fiesta. Ahora voy a ir a la marcha en Capital porque además hay una suerte de ceremonia carlotesca que nos vamos con los tíos a comer una pizza a algún lugar, a tomar unas cervezas y la pasamos bien.