Cooperativa de Comunicación La Brújula, Viernes 24 de Julio de 2015

El retrato de las que no están

La fotógrafa mexicana Mayra Martell presentó “Ensayo de la Identidad”, proyecto documental que registra la intimidad de un grupo de mujeres asesinadas y desaparecidas en Ciudad Juárez. La muestra se expone en el Museo de la Memoria y se podrá visitar hasta el 30 de agosto.

Foto: Coop. La Brújula

Por Natalia Navarro

Una foto de la niñez, una lista de metas a cumplir, las figuritas de personajes de películas  pegadas sobre la pared, algunos dibujos hechos mano, la ropa para usar al día siguiente sobre una cama bien tendida, los zapatos en el respaldo. He aquí las postales del cuarto de una niña, de una joven, que bien podrían repetirse en cualquier parte de Latinoamérica. Pero la singularidad de esos objetos toma otra dimensión si están allí aguardando por el regreso sus dueñas, por semanas, meses o, incluso, por años.  Algo de eso puede apreciarse en las imágenes que comprenden Ensayo de la identidad -http://www.mayramartell.com/ensayo.php-,  proyecto de la fotógrafa mexicana Mayra Martell que documenta 72 casos de mujeres desaparecidas y asesinadas en Ciudad Juárez, recientemente inaugurado para su exhibición en el Museo de la Memoria.

Mayra Martell, oriunda de esa ciudad que linda con parte de la gran frontera que divide México con Estados Unidos, trabaja como reportera gráfica desde hace quince años. Su encuentro con la fotografía fue casual, cuando tenía 19 años y era redactora en la sección  cultural  de un periódico de Juárez. En ocasiones, tomaba prestada la cámara del fotógrafo del staff, cuando este no podía acompañarla en las coberturas, para ilustrar sus propias notas.  A partir de ese momento decidió que eso era lo que hacer de su vida y se fue a estudiar Artes Visuales al Distrito Federal (DF): “Fue como un instinto, me empecé a sentir muy cómoda con ese lenguaje. Ahí me di cuenta del poder que tiene la imagen”, nos relata.

Su trabajo se mueve por escenarios diversos, pero todos ellos marcados por denominadores en común: la desaparición forzada, el exilio,  el abuso de las fuerzas de seguridad y la supervivencia en contextos de pobreza. En los últimos diez años ha producido también otros ensayos como Petare (Venezuela, 2006), que refleja la vida cotidiana en uno de los barrios más violentos de Caracas; Falsos Positivos (Colombia 2009), nombre que reciben las desapariciones de hombres jóvenes a manos del ejército, luego declaradas como bajas de guerrilleros en combate, ocurridas desde 2001; o Sahara (2008), serie sobre la vida de los “saharauis”, nativos del desierto exiliados en campos de refugiados en Argelia.

Hay en estas producciones una insistencia por los recorrer los bordes, los márgenes, una pregunta por la ausencia y por las marcas que deja  la violencia en esos cuerpos y en esos territorios: “Me interesa mucho lo que sucede después. Si matan a una persona, qué pasa al otro día con esa familia, cómo se despierta, qué sucede en esa colonia, porqué. Yo elijo ir a esos lugares, yo salgo, pero hay gente que le tocó estar allí y eso me atormenta, por eso sigo trabajando. Creo que la manera de observar y de estar atentos a lo que se da después de un evento es vital para sabernos como seres humanos”, reflexiona Martell. Y no olvida que esa obstinación ya le ha valido la detención de fuerzas paramilitares en Colombia y un “levantón” de tres horas por publicar sobre la desaparición de una joven, lo que la obligó a abandonar Ciudad Juárez en cuatro días.

Destrucción de la memoria y cartografías de la ausencia

El interés de Mayra por esas mujeres que faltan surgió con el tiempo, al regresar a su ciudad y encontrarse con un territorio que ella ya no reconocía: “Primero, me sentí totalmente perdida. Fue mucho desconcierto, porque trataba de ir a lugares del centro que había conocido antes que, justamente, estaban desapareciendo”. En ese entonces el gobierno mandó demoler cuadras enteras con la intención de hacer una “limpieza de la zona”, en el marco de la llamada “guerra contra el narco”. Pero, para Martell, no fue una simple remodelación urbana, sino la desaparición de la ciudad misma y el borramiento de la memoria histórica. En  el ensayo Ciudad Juárez, que fue publicado como libro y le valió varios reconocimientos internacionales, puede verse parte de ese despojo.

Lo que quedaba de la vieja Ciudad Juárez, estaba empapelada de rostros de niñas y jóvenes “Empecé a ver esos carteles, lo primero que sentí fue mucha curiosidad, quería conocerlas. Los leía a todos, veía las imágenes, las características físicas, dónde se les vio por última vez. Me quedaba pensando tanto en ellas. Quería estar en sus casas, quería validar está inexistencia pues me preguntaba cómo puedes sobrevivir en un cartel. Me decía que  tiene que haber algo atrás, una vida”, recuerda Martell

El ingreso a ese mundo marcó a esta fotorreportera en la personal y en lo profesional. A la destrucción de los referentes históricos de la geografía de Juárez, comenzó a notar cómo, a la par, se iba trazando una especie de “mapa de ausencias”: “Cuando empecé a saberlo me cambió la vida totalmente, porque empiezas a llenarte de fantasmas, de gente que extrañas y que no conoces a hacer un recorrido emocional ligado a gente que ni siquiera conoces”. También, Martell reflexiona cómo la emergencia de esa “nueva cartografía”, no sería bien recibida por todos: “Se me hizo muy rara la hostilidad de la ciudad, porque a los carteles los rayan, los quitan, les ponen palabras muy feas. Veía a madres que a diaria los ponían  y la gente a diario los quitaba. Eso te habla de una ciudad enferma, hay algo torcido allí, por eso sigue sucediendo hasta la fecha lo que sucede”.

Pero, ¿cómo conocer a quien no está? “Aprendí a fotografiar diferente. Porque empiezas una búsqueda, a tratar de entender una ausencia. Cómo documentar eso. Pues lo solucione con la presencia, enfocándome en qué estaban ellas presentes. Están en cartas escritas por ellas, en sus recamaras, en un papel con cinco o seis frases que te dicen todo”, relata. El ingreso a las vidas de estas mujeres ha establecido una relación especial con sus madres, que fue forjándose a través de los diez años de trabajo que recoge esta muestra.

“Al principio era muy torpe. Preguntaba cosas que no tenía que preguntar, pero ellas se daban cuenta que no tenía ninguna mala intención, cosa que un montón de periodistas que las entrevistaban no cuidaban. Les preguntaban por sus hijas, pero ni siquiera las volteaban a ver. Y las madres, como necesitaban que se supiera de sus hijas contestaban pero ellas jamás aparecían y no sabían que pasaba con esas notas que daban. Todo eso se me hacía terrible. Entonces, lo que el trabajo tiene es un seguimiento de la violencia en el tiempo, porque es muy violento despertarte y ver la recamara de tu hija y no saber dónde está”, expresa. De ahí la literalidad de este “ensayo”. Es visible ese intento, ese recorrido para re-construir, para volver a traer esas identidades que no están más allí, que se va trazando a costa de  encuentros, desencuentros, malos entendidos, fraternidades; que no se cierran sino que van transformándose con el transcurso del tiempo.

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