Rosario 12, Martes 06 de Enero de 2015
El año en el que el Museo Castagnino se pintó de negro
La intervención de la fachada del Museo de Bellas Artes, como parte de la colectiva Ampliación, resultó uno de los hechos destacados en un año que incluyó una muestra sobre la Mutualidad y actividades por el centenario de Juan Grela.
La intervención sobre la fachada del Castagnino fotografiada por su autora, Mariana TelleríaPor Beatriz Vignoli
Imaginar un acorde. Una nota suena en la década de 1930: es la del realismo social, el arte de denuncia, la obra de la Mutualidad de Artistas Plásticos, la pintura del joven Antonio Berni y sus colegas. La otra nota es un pibe que agoniza en la vereda de barrio Azcuénaga, en marzo de 2014. No es pintura lo que interviene el espacio urbano, sino sangre. No fue un happening, fue un cruel asesinato colectivo. El año del linchamiento de David Moreira fue también el año de Berni y de Juan Grela. Mientras la sociedad se atrincheraba tras el odio, en las salas de arte de OSDE Rosario se vio una exposición de investigación histórica con obras en la tradición del arte con compromiso social, cuyas hermosas y tremendas imágenes vinieron desde el pasado en el momento oportuno, para representar el dolor de la lucha de clases.
Con curaduría de Guillermo Fantoni, dicha exposición colectiva, titulada El realismo como vanguardia. Berni y la Mutualidad en los 30, coincidió con la edición de su libro Berni entre el surrealismo y Siqueiros. Figuras, itinerarios y experiencias de un artista entre dos décadas (Beatriz Viterbo y UNR, 2014). Fue seguida en septiembre, también en el espacio OSDE, por La línea de Grela. Dibujos, maderas y collages a cien años de su nacimiento, curada por Fantoni y por Adriana Armando. En septiembre, el centenario de Grela se conmemoró con múltiples actividades, entre ellas una conferencia por Rafael Sendra en el Museo Castagnino. Por esa época, Diego Obligado mostró en su galería, con curaduría de Leandro Comba, obras abstractas tardías de otro gran pintor rosarino del siglo XX, Anselmo Piccoli, que estuvo representado con obra temprana en la muestra sobre la Mutualidad.
Al espacio público, la primavera le trajo no sólo la paleta de lilas, amarillos y rosados de los respectivos jacarandás, tipas y lapachos, sino que hizo florecer en los portones del Centro de Expresiones Contemporáneas una galería gigante de ampliaciones de obras clave del pintor Eduardo Serón, principal representante del arte concreto local.
Lo interesante de todas estas propuestas fue que presentaron una revisión del arte rosarino del siglo XX centrada en sus aspectos más singulares, imaginativos, innovadores y vitales. Eran las obras de hace 80 ó 60 años las que dialogaban con el presente, y, si se quiere, el arte del siglo pasado se venía viendo más actual y vanguardista que la ya descarbonatada tradición reciente del arte contemporáneo oficial, las burbujas de cuyo champagne, agotada su provisión de sangre joven, debieron retomar también propuestas del siglo pasado.
Dolores Zinni y Juan Maidagan eran el arte de vanguardia en Rosario en los años 80 y 90, antes de que se volviera la tendencia dominante; regresaron a su ciudad (de la mano del curador Comba) para mostrar su propio taller en acción en el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario, realizando una serie de obras que luego se vieron en el Museo Castagnino, como parte de la muestra colectiva Ampliación.
Mientras tanto, había sucedido lo impensado. Ampliación incluía una intervención: pintar de negro la fachada del Museo Castagnino, por Mariana Tellería. La idea de la joven artista era bien simple: volver invisible al museo de noche. Pero las interpretaciones arreciaron. ¿Estaba el arte de luto por los muertos del narcotráfico? ¿Reencarnaba el pibe chorro pisoteado, exacerbando el color de su piel? El arte volvía a escandalizar. Un coleccionista memorioso recordó la tradición de las intervenciones en la fachada o en la explanada del Castagnino, que tuvo entre sus pioneros a Zinni y Maidagan. El círculo se cerraba.
Muy lejos de allí, en el sudoeste de la ciudad, una conocida banda de narcotraficantes habían construido su propia cancha de fútbol a pocas cuadras de la canchita municipal, que queda en Battle Ordóñez y Moreno (Barrio Las Flores). Estas coordenadas fueron las que tomó un artista invitado a la Semana del Arte (evento que este año celebró una década) para realizar en el descampado frente a esa canchita municipal una monumental instalación con arcos de fútbol, gentileza del Distrito Municipal Sudoeste. El artista, Diego Figueroa, la tituló Resonancia.
El oficialmente anunciado "diálogo con la ciudadanía" de la Semana del Arte se limitó a esto: los pibes de ese barrio humildísimo mirando el operativo de descarga de los costosos arcos, ilusionados al principio por la errada idea de que iban a tener más arcos de fútbol donde jugar, y finalmente desconcertados al verlos inutilizados, es decir, convertidos en arte. Un axioma proto conceptualista del francés Marcel Duchamp, el de que una obra de arte puede ser cualquier objeto útil despojado de su función práctica, cobraba allí ribetes grotescos. La sacrosanta soberanía del artista dispuso así de generosos fondos públicos que no subsanaron una carencia deportiva popular, pudiendo haberlo hecho con la excusa del arte inclusive: hubiera sido no menos sino más artístico y educativo aún, y más acorde con las novísimas tendencias, intervenir urbanísticamente sobre lo social y no sólo sobre el espacio, y plantar allí unos arcos útiles. Por suerte no todo está perdido: enfrente hay un taller de herrería. Ojalá algún anónimo artesano se atreva a deconstruir el adefesio y rescatar esos arcos.
Mientras tanto (y también en el marco de la Semana del Arte) la artista Marina De Caro abría cabezas con una breve charla en la Escuela Provincial de Artes Visuales de Alem y Gaboto, en barrio Tablada. Ahí, allá por los años 60, hubo artistas que participaron de aquel proyecto integrador y revolucionario que fue la Biblioteca Vigil, hoy recuperada por sus antiguos socios. El año que se fue les hizo justicia a ellos y a la Editorial Biblioteca, con una muestra de sus ediciones en el Museo Castagnino cuyas curadoras, Cynthia Blaconá y Sabina Florio, pusieron todo el cuidado y el amor que la Vigil se merece. Rubén Naranjo fue uno de aquellos artistas: dirigió la Editorial, enseñó en la parte educativa de la Biblioteca, creó los murales de su fachada y mucho más. En el año 2014, Rosario tuvo la alegría de que el archivo de Rubén Naranjo haya sido recibido y esté siendo cuidado en una nueva parte del Museo de la Memoria, que lleva su nombre. En 1966, Martha Greiner, debutó como ilustradora en la colección Molinillo de libros para chicos de la Vigil con El rey que prohibió los globos (texto de Syria Poletti). En 2014, aquellas imágenes cobraron movimiento a través de un video animación homónimo.
Otros artistas que impactaron con obras de vanguardia en la Rosario de esa época tuvieron su justo reconocimiento internacional, como Noemí Escandell, Norberto Puzzolo y Juan Pablo Renzi, quienes estuvieron representados en el Jewish Museum en la segunda versión 2014 de la muestra Primary Structures, montada en Nueva York en 1966.
Una muestra individual de Martha Greiner fue la última exposición de la galería Krass en su sede de calle Urquiza y Moreno. Los espacios independientes para el arte en Rosario han mantenido su versatilidad habitual, con transformaciones en los mismos lugares y a cargo de la misma gente. Viamonte Arte y Afines mutó en Casa Espacio en obra; Arte Contemporáneo Espiria ahora es Proyecto Habito, y sigue en la casona de Montevideo y Balcarce, enfrente de la plaza del Foro. Antiguos pasajes comerciales son copados por los artistas: al ya tradicional Pasaje Pan se sumó la Galería Dominicis (Catamarca y Corrientes), sede del Club Editorial Río Paraná (donde se gestionan las ediciones del sello Iván Rosado) y del local Embrujo. Sigue gozando de buena salud Mal de Archivo (Moreno entre Urquiza y Tucumán). Se trata en general de espacios íntimos, acogedores, que ofrecen una gama de productos, servicios y experiencias tales como ropa, libros, música, joyería, gastronomía y, por supuesto, arte.
Instituciones y onomatopeyas
Detrás de su sorpresiva fachada negra, surrealista en todo sentido, el Museo Castagnino como institución se ocupó este año de mostrar piezas históricas de su colección mediante una serie de muestras colectivas patrimoniales de recorridos amenos, centradas en técnicas y períodos a menudo soslayados, como el dibujo o el siglo XIX. Los diferentes capítulos de la saga La Colección en foco fueron destacando aspectos desconocidos del patrimonio artístico del Museo, con curaduría de María de la Paz López Carvajal, quien también gestionó la exposición colectiva Avatares de una colección. Una selección de arte argentino (1917 a 1960), donde se propuso una antología que habilitó al público un reencuentro con obras queridas.
El Centro Cultural Parque de España se caracterizó por lo democrático de sus exposiciones de 2014, cuyos proyectos fueron elegidos a partir de una convocatoria abierta. Se retiró a fin de año, por haber llegado su gestión al término previsto, su director, Martín Prieto. Será recordado entre muchas otras cosas como el artífice de la expedición Paraná Ra'Anga y quien llevó al CCPE el Festival de Poesía.
Otros centros culturales, el Celche y el Roberto Fontanarrosa, mantuvieron un parejo nivel de muy buena calidad en sus propuestas. El Museo de la Memoria abrió un nuevo espacio expositivo en el subsuelo. La inauguración tuvo lugar en julio, con una exposición de fotografía y video surgida de un taller que produjo el Museo de la Memoria y que coordinó Paula Luttringer, fotógrafa y sobreviviente del Centro Clandestino de Detención que la última dictadura mantuvo en la ESMA. La muestra se tituló El desafío de mirar. En la ocasión se inauguraron también el ya mencionado Centro Documental Rubén Naranjo, oficinas para el Servicio de Orientación Jurídica en Derechos Humanos y para el Centro de Estudios en Historia Reciente Argentina y Latinoamericana, un taller de producción y conservación del patrimonio y un nuevo espacio de archivo y consulta para la Biblioteca Raúl Frutos.
Los grandes eventos anuales, como la mencionada Semana del Arte, fueron posibles una vez más gracias a una fluida coordinación entre las diversas instituciones municipales de cultura. En este sentido, la gran ganadora del año en materia de convocatoria de público fue sin lugar a dudas la Convención Internacional de Historieta Crack Bang Boom, que tuvo este año su quinta edición, con una retrospectiva del historietista rosarino de proyección internacional Eduardo Risso, entre muchas otras actividades y un pintoresco despliegue de cosplay, junto a no menos pintorescas piezas de colección en muñecos y gráfica.
La historieta, el cine de animación y el desarrollo de videojuegos fueron las expresiones artísticas más convocantes. Lo popular gana por goleada en Rosario. Así lo demostró a comienzos de año otra institución municipal, el Centro Audiovisual Rosario, que junto con el Museo de la Ciudad proyectó al aire libre la película Metegol en 35 mm, con una charla de su director de arte, Nelson Luty.
Plataforma Lavardén, el espacio del gobierno provincial en Sarmiento y Mendoza, incluyó en su agenda, y también a comienzos del año, la primera de las numerosas sesiones colectivas de creación de videojuegos que a lo largo del año organizó Rosario Game Devs, el colectivo de desarrolladores independientes de videojuegos que impulsa localmente su actividad con gran entusiasmo, solidaridad y eficacia.
Ya en pleno invierno, el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Macro, Boulevard Oroño y el río) albergó una muestra del taller de plástica del Hospital Colonia Psiquiátrica de Oliveros "Dr. Abelardo Irigoyen Freyre", cuyo Centro Cultural "Macedonio Fernández" cumplió 15 años. Con un cuidado catálogo, Enciclopedia Oliveros reunió una selección de obras creadas por 35 participantes, con curaduría de la tallerista Fabiana Imola y de dos invitados: Max Cachimba y Claudia del Río. En el sexto piso se destacó una exposición de Juan José Cambre, titulada Paisaje. Era una sola pieza monumental apaisada en color naranja liso, con un banco donde sentarse a contemplarla y el facsímil de una carta. Dentro de las numerosas propuestas conceptuales del momento, la obra llamó la atención por su concisión y su particular sentido del tiempo.
Durante todo el año, el Espacio Cultural Universitario (ECU) desplegó exposiciones notables, como la individual del pintor Javier Carricajo o la grupal de Mario Godoy y Juan Balaguer, pintores también. Los tres se ocuparon por sí mismos de la curaduría de sus muestras, en un gesto que acompaña la elección de la pintura como técnica. Ambas opciones (pintar cuadros y exponer sin otro curador que el propio artista) se presentaron casi como actos insurreccionales, como si algo terrible fuera a sucederles por provocar de esa manera. Esto además fue explicitado, en el segundo caso, en un manifiesto.