Honoris Causa para Norberto Puzzolo
Norberto Puzzolo, cuyas obras forman parte de la muestra permanente del Museo de la Memoria, recibió el pasado viernes 1 de diciembre el título Honoris Causa de la UNR por su trayectoria, trabajo periodístico, fotográfico y artístico. La distinción fue impulsada por las Facultades de Ciencia Política y Humanidades y Artes, con el acompañamiento del Área de Derechos Humanos de la UNR y el Museo de la Memoria de Rosario.
A continuación, el discurso laudatorio a cargo de Mg. Lucas Massuco, director del Museo de la Memoria y profesor de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UNR):
Una biografía para Norberto Puzzolo
Hoy nos encontramos para cumplimentar una decisión conjunta de las Facultades de Ciencia Política y RRII y de Humanidades y Artes tomada en este tumultuoso y, me atrevo a decir trágicamente histórico, 2023 consistente en otorgar la máxima distinción de nuestra Universidad, el Doctorado Honoris Causa, a Norberto Puzzolo. Un nombre cuya trayectoria se encuentra íntimamente ligada a los devenires del arte, el periodismo, la política y los DDHH de nuestra ciudad y Argentina durante los últimos 55 años.
Me toca la ardua tarea de presentar “las muchas vidas de Norberto Puzzolo” como escribió alguna vez Beatriz Vignoli. Esas vidas incluyen ser artista conceptualista y experimental, diseñador gráfico, reportero gráfico, retratista de artistas, autor de conmovedores collages, fotógrafo comercial y artístico, docente, creador de paisajes, escenas, símbolos y objetos, todos bellos e inquietantes por partes iguales.
En su adolescencia fue estudiante de Juan Grela y tuvo en Anselmo Piccoli otro referente de formación. Bien entrados los ‘60, podemos decir que allí inicia su recorrido y lo hace con una participación activa en el desarrollo de la vanguardia de esa década. Fue el primero de los expositores del "Ciclo de Arte Experimental", organizado por el Grupo de Vanguardia de Rosario con el auspicio del Instituto Di Tella, en 1968. Allí exploró la paradoja, como un llamado al compromiso activo con la realidad, al cambiar el rol de espectador y espectado, cuando colocó su instalación de sillas vacías dirigidas hacia una vidriera y mirando a la calle. Allí ya mostraba sus certezas sobre la potencia política del arte.
En este marco, protagonizó varias de las manifestaciones colectivas de la vanguardia rosarina y fue uno de los realizadores activos de Tucumán Arde, obra emblemática del mismo 1968. Tucumán Arde fue una acción política antes que una obra artística: una conjugación de arte, militancia gremial y social y compromiso con las consecuencias de la acumulación por desposesión al interior del país. Una denuncia descarnada cuyas características y objetivos rompieron los moldes de lo que hasta ese momento podría pensarse como canon del arte. Una operación de contra-información sobre la situación de miseria extrema que sufrían los sectores más humildes de Tucumán, jalonada por altos índices de trabajo y mortalidad infantil, desnutrición, analfabetismo, marginalidad, con la complicidad de los estamentos empresariales y gubernamentales.
Desde entonces la técnica fotográfica se volvió central tanto en su quehacer profesional como creativo. Luego de su participación en el Grupo de Vanguardia de Rosario, Puzzolo inició un período de suspensión de toda actividad vinculada con la producción artística y se focalizó en el trabajo como reportero gráfico. En ese período, el de los ‘70, su mirada retrató diversos hechos fundamentales para los años de plomo que vendrían a partir de 1976. Trabajando para los periódicos Noticias y El Mundo se vió envuelto en el rol de marcar para la memoria de hoy el proceso social conocido como el Villazo en nuestra hermana ciudad que se ubica al sur de Rosario y el retorno definitivo del General Juan Domingo Perón el 20 de junio de 1973. El pueblo y sus líderes, como Alberto Piccinini, Agustín Tosco y el propio Perón, pasaron a ser la materia prima de su trabajo. En ese tiempo de silencio artístico pero no político empleó la cámara como una herramienta de construcción, documentación, militancia y de denuncia.
Recién a mediados de los años 70 volvió al campo de la creación continuando con la fotografía como medio de expresión. Pasó entonces de emplear la cámara como una herramienta de documentación y de denuncia a utilizarla en función de una producción que desarrolló de diversas formas dentro del campo de la imagen fotográfica. En 1975 expuso una muestra que estaba basada en una serie de retratos de artistas, entre los cuales se encontraban varios de los referentes de la historia del arte rosarino: Grela, Piccoli, Vanzo, etc.
Recuperada la democracia continuó trabajando a partir de retratos y autoretratos, y sumó la composición fotográfica como forma de trabajar la reconstrucción de un horizonte diferente tras las pérdidas materiales e ideológicas que había provocado la dictadura argentina entre 1976 y 1983. Suma en este período, especialmente desde los 90, el trabajo sobre la naturaleza muerta en el que la paradoja de las sillas vacías y mirando hacia fuera se transforma en ambigüedad por la simpleza de los objetos fotografiados hallados en una extraña situación de reposo, e intervenidos por la presencia de una sombra: la del propio artista.
Aunque por decisión personal nunca envió sus obras para participar de premios ni salones, desde comienzos del S XXI ha recibido diferentes distinciones: el Museo Nacional de Bellas Artes le otorgó el premio Leonardo 2001 por su trayectoria, en 2002 recibió el Premio Konex diploma al mérito en fotografía y en 2008 el Premio "Ernesto B. Rodríguez" a la trayectoria de un fotógrafo de La Asociación Argentina de Críticos de Arte (AACA), mientras que en 2021 recibió el Premio Nacional a la Trayectoria Artística otorgado por el Ministerio de Cultura de la Nación y el Museo Nacional de Bellas Artes que distingue anualmente la obra de artistas vivos de destacada labor en las artes visuales del país.
Su obra situada: la obra Evidencias en el Museo
En este punto me gustaría detener la mirada en una de las obras del período reciente, que resulta cercana personal e institucionalmente: me refiero a la instalación Evidencias que Puzzolo creara en 2010 para el patio interno del Museo de la Memoria de Rosario en el marco del armado de su muestra permanente en la sede definitiva del museo (la casona de Córdoba y Moreno donde funcionara el Comando del II Cuerpo del Ejército). La obra en la que, a partir del archivo de imágenes de Abuelas de Plaza de Mayo, Norberto Púzzolo, con la colaboración en el audio de Lisandro Puzzolo, pone en el centro el incesante trabajo de búsqueda y restitución de la identidad de más de 500 niños arrebatados de sus familias biológicas por el aparato represivo.
En el patio interno del Museo encontramos dos paredes enfrentadas, como dos caras de la misma moneda, representando dos rompecabezas que se complementan. En una pared el rompecabezas de las identidades de aquellos niños y niñas que el genocidio condenó a vivir en la mentira. Piezas con un vacío gris y denso en el centro. En la otra el rompecabezas compuesto por las niñas y niños que fueron rescatados de esa mentira por el trabajo de las Abuelas. Y de fondo, como en otro plano de la realidad, se oye a una maestra que pasa lista de la nómina de nietos y nietas y es respondida por voces infantiles de acuerdo a la situación del caso: presente, ausente o el sonido de un trueno para aquellas historias que sabemos truncadas por la muerte.
Evidencias es una obra viva de Puzzolo, pero también de las Abuelas. Vive gracias a ellas ya que cada 10 de diciembre el Museo toma las fichas de los casos que se han resuelto durante el último año y las traslada a la pared de las identidades restituidas. Es un homenaje a la potencia de la militancia, la búsqueda pacífica de verdad y justicia y al valor de los archivos y testimonios. Todos elementos conjugados a partir de esa vía regía que constituye el arte y la evocación para conmover, movilizar e inquietar sentidos y almas.
Florencia Battiti, crítica de arte, docente y actual directora del Parque de la Memoria de la ciudad de Buenos Aires, plantea que el arte contemporáneo, basado en una rica heterogeneidad, permite relatar, y reflexionar sobre, aquello que parece escapar de la comprensión humana, aquello que, por su salvajismo, se torna indecible. Evidencias, con sus múltiples capas, texturas y piezas, es un claro ejemplo de ello. Haciendo de los archivos un juego vivo y de escala humana, Puzzolo nos recuerda que el arte no ha cesado en su intento por interpelar las experiencias genocidas participando activamente en el proceso de construcción de las memorias que la sociedad argentina emprendió a partir de la recuperación de la democracia. Arte, testimonios, archivos y producción académica son registros que al articularse y retroalimentarse abonan la construcción de discursos públicos sobre la memoria, es decir, sobre esa yuxtaposición política de pasado, presente y futuro.
Cierre: lo que vendrá
Este repaso da cuenta de lo que Adriana Lauria, curadora de la muestra Paisajes de la Memoria que Norberto Puzzolo montó en 2013 en el Parque de la Memoria, llamó “una coherencia ideológica que no confronta con el empleo de diferentes recursos técnicos, puestos al servicio de renovadas estrategias y encuadres poéticos”.
Las distintas vidas de Puzzolo y las imágenes que construyó en ellas –los cañaverales de Tucumán, las manifestaciones y revueltas de los 70 y los paisajes e instalaciones realizados en el transcurso del siglo XXI– también dan cuenta del contrapunto que Georges Didi-Huberman marca entre el poder de las imágenes y su potencia. Las imágenes de poder marcan, encorsetan, atosigan al espectador, mientras que la potencia de las imágenes se construye con el objetivo de conmover y conectar con el pueblo antes que hacer con o desde los poderes fácticos. Las imágenes con potencia son las que trascienden su tiempo y tienen, en definitiva, una lógica de construcción horizontal y de abajo hacia arriba, que fluyen desde el pasado y se enlazan con un presente evocativo.
La historia de un autor no es exactamente la historia de su época, sin embargo el tiempo que nos toca vivir y la oportunidad que nos convoca hoy permiten anudar algunas ideas con este repaso que acabamos de hacer.
Hacemos entrega de este doctorado en tiempos en que la creación artística es puesta en entredicho por los mandatos del mercado, por la ausencia de relatos que nos habiliten pensar un mundo mejor y por la amenaza deshumanizante de la inteligencia artificial.
Hacemos entrega de este doctorado en tiempos de creación contínua de imágenes, pero no ya para acercar mundos disímiles o para crear nuevos sino para explotar una otredad, para vender vanidades egoístas, para alimentar nihilismos descarnados y para justificar una pedagogía de crueldad (tanto del Estado como del mercado).
Hacemos entrega de este doctorado en tiempos en el que el periodismo gráfico, escrito, digital o analógico existe para el servicio de poderes fácticos y para competir con la postverdad pero siguiendo sus lógicas y reglas no sosteniendo estándares de ética.
Hacemos entrega de este doctorado en tiempos en que todo ello se conjuga en un proyecto político que ha venido a reponer el proyecto social y económico de la última dictadura cívico-militar con la legitimidad de los medios democráticos. Por lo cual, las muchas vidas de Norberto Puzzolo, y como él de tantas y tantos, deben servir de ejemplo luminoso para repensar las estrategias contra los autoritarismos. Ya no alcanza con reafirmar una superioridad ética basada en los principios democráticos porque, claramente, esos principios no enamoran en tiempos como los que corren. Resulta imperioso transformar las acciones colectivas de las fuerzas democráticas del país para recrear el pacto político-social de 1983 a la luz de las fronteras cruzadas en 2023 y con el objetivo que nuestra democracia se transforme en sustancial antes que formal, en comunitaria antes que individual. Esos principios, junto a la educación pública de calidad y un modelo de desarrollo real para el individuo y su comunidad, son los antídotos necesarios para el mesianismo y el fascismo.
Flaco favor nos haremos si a las preguntas capciosas del negacionismo y a las propuestas simplistas del autoritarismo les respondemos con indignación o clausurando el debate. Quienes creemos en la articulación virtuosa entre un mercado vigoroso y un Estado inteligente que encauce sus fuerzas, debemos asumir la responsabilidad por la frustración de muchas de las promesas del ciclo iniciado hace 40 años, y comprometernos a trabajar juntos para reparar los daños producidos.
Debemos salir al cruce con nuevas y viejas preguntas que buscan respuestas hace 40 años: ¿dónde están los desaparecidos? ¿dónde están las y los bebés apropiados que aún viven en la mentira? Hoy resuena en nuestra comunidad las frase que Rodolfo Walsh escribiese para la conciencia pública en 1977 y que nos permitimos parafrasear: lo que Milei llama aciertos serán errores, los que reconocerá como errores serán crímenes y lo que hoy omite serán calamidades.
En ese marco me permito citar a Chantal Mouffe cuando dice que las prácticas artísticas y culturales, con su diversidad de lenguajes y formatos, cuentan con un potencial político invalorable por su capacidad para hacernos ver las cosas de una manera diferente y para hacernos percibir nuevas posibilidades (Mouffe, 2014: 103). Con un ojo preciso y comprometido en la búsqueda de verdad, justicia y democracia la obra de Puzzolo es un ejemplo de esas nuevas posibilidades. Que este doctorado honoris causa nos sirva para incorporar un docente de muchas vidas a nuestra Universidad y para comenzar el camino de reconstrucción política.
Y esperamos, Norberto, que aceptes esta distinción compartiendo este anhelo y con la alegría que sentimos al momento de otorgarlo como comunidad universitaria.