"Todos los días caían compañeros"
El testimonio de Marta Bertolino ante el Tribunal Oral Federal Nº2 (TOF-2) de Rosario sobre su calvario tras el golpe de Estado de 1976 fue uno de los más contundentes contra los seis imputados por genocidio en la denominada causa Díaz Bessone.
Diario La Capital - 06/09/2011
Bertolino y su esposo Oscar Manzur (quien continúa desaparecido) fueron secuestrados en la madrugada del 10 de agosto de 1976. Querellante en la causa, Bertolino parió a su hija Alejandra en cautiverio. A la hora de expresar la debacle del campo popular tras el golpe videlista, la psicoanalista y profesora titular de Análisis Institucional en la Facultad de Psicología de la UNR aseguró: “Todos los días caían compañeros”.
Bertolino rememoró su descenso a los infiernos en las mazmorras de la dictadura en diálogo con La Capital.
—¿Cuál era la militancia suya y de su esposo antes del golpe del 76, para entender lo que pasó después?
—Estábamos en pareja desde el final de la secundaria, en el Superior de Comercio. Los dos éramos delegados de curso. Comenzamos a militar al calor del Rosariazo, en 1969. Desarrollábamos tareas en los barrios, con discusión política y proyección de películas, como La Hora de los Hornos, de «Pino» Solanas. Cuando el gobierno democrático comenzó a enrarecerse, y surgió la Triple A, fui amenazada. Militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Cuando me detienen era responsable de la agrupación en Santa Fe y Entre Ríos, y conformaba la conducción nacional. Estudiaba dos carreras, psicología y letras. En 1974, formé parte del equipo que presidía el director de la Escuela Superior de Psicología, Luis Giunípero, donde pese a no estar graduada ocupaba una secretaría privada, lo cual tenía que ver con la coherencia política. Ese equipo fue amenazado por la Triple A, al igual que el entonces decano, Nicolás Rosa, y pese a que resistimos un tiempo tuvimos que irnos porque amenazaban a nuestras familias.
—Todo esto en plena gestión de Oscar Ivanissevich como ministro de Educación...
—Sí, en lo que se llamó la «misión Ivanissevich». Hubo un cambio radical en toda la UNR y tuve que alejarme también de las aulas, junto con todo el equipo. Yo tenía 21 años y estaba en segundo año de las dos carreras. Seguí yendo a la facultad hasta el 75, pero entonces dejé de asistir por cuestiones de seguridad y debí buscar trabajo por fuera de la UNR. Trabajé en un estudio contable y luego en una empresa que estaba en Santa Fe y Entre Ríos.
—¿Cuál era, en tanto, el recorrido de Oscar?
—Él empieza a estudiar Medicina e ingresa a trabajar en marzo del 71 en el Sanatorio Británico, en el laboratorio bioquímico. Al poco tiempo lo nombran delegado. También participa en la JUP de Medicina, pero enseguida comienza a priorizar su tarea gremial y a militar activamente en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP). En 1975, arma una lista opositora en el sindicato de la sanidad (Atsa), la Naranja, en la cual es candidato a secretario general. Las elecciones se pierden y empieza a sufrir la persecución de la burocracia del gremio. Esa fue la primera mudanza de la casa donde estábamos, porque veíamos siempre en las cercanías un par de matones.
—¿Qué pasó concretamente con ustedes a partir del golpe del 24 de marzo de 1976?
—Yo estaba embarazada de tres meses de mi primera hija, Alejandra. Ese mismo día, a Oscar lo van a buscar, como a tantos delegados gremiales, a su lugar de trabajo. Nos avisaron sus compañeros, porque él estaba de franco. Por eso no lo encontraron; pero ya no pudo volver. A partir de ese momento pasamos a estar escondidos todo el tiempo. A mediados de junio del 76, la patota de Agustín Feced va a buscarnos a la casa de mis padres. Hacen un allanamiento con visos de legalidad, ya que incluso labran un acta. Revisan mi pieza y secuestran libros. Antes de irse, les dicen a mis padres que donde nos encuentren nos iban a matar, con lo cual ahí se terminaba la legalidad. Mis padres nos avisan inmediatamente y abandonamos nuestro domicilio de 3 de Febrero y Dorrego. A partir de ahí y durante un mes y medio, cuando nos secuestran, vivimos con una precariedad absoluta. Nos alojábamos en casas de amigos y compañeros, tres o cuatro días en cada lugar, a veces incluso separados. Yo ya tenía ocho meses de embarazo.
—La represión se estaba profundizando...
—Sí. Todos los días caían compañeros. Nosotros ya sabíamos que existía el Servicio de Informaciones (SI) en Dorrego y San Lorenzo, donde los compañeros eran llevados y torturados salvajemente, y que no reaparecían.
—¿Cómo fue concretamente el secuestro?
—En la madrugada del 10 de agosto de 1976, hacen un procedimiento en España 344, un departamento en el 2º piso, de la familia Girolami. Allí estaban Marta Delfina Olivera («Fina»), y sus hijos Marcela, Juan y Carlos Girolami, compañeros nuestros y amigos de Oscar, además de Jorge Rueda, novio de Marcela, y un hijo de ambos. Juan era municipal y Carlos de la sanidad, ambos también militaban en la JTP. Estábamos alojados allí. Nos golpea la puerta «Fina» y nos dice: “¡Está el Ejército!”. Entonces intentamos fugarnos. Nos tiramos desde el 2º piso por una ventana que daba a una cochera, pero fue inútil. Se me dobla un pie y nos detienen. Estaba toda la manzana rodeada. Los Girolami habían sido marcados por Carlos Sfulcini, un agente del Destacamento de Inteligencia del Ejército. Nosotros les caímos de regalo. Estaban fascinados de haber detenido a militantes de tanta responsabilidad política. Con Oscar éramos muy buscados. Yo estaba con una pérdida, entonces me llevan en una ambulancia a la Maternidad Martin, en Moreno y Rioja, y cuando me revisaban un médico y una enfermera, en una camilla ginecológica, irrumpen Rubén Lo Fiego, Mario Marcote, y otros dos más, picana portátil en mano, para comenzar a torturarme. El médico y la enfermera gritan: “¡Acá no!”, entonces me meten en el asiento trasero de un auto particular y comienzan a torturarme. Llegamos al SI y el auto estaciona detrás de un camión del Ejército, de donde bajan a Oscar y a los Girolami. Nos cruzamos con mi marido una mirada, un guiño, expresando «sonamos», y nos meten a todos a los golpes y patadas. Allí comienzan a torturarnos bestialmente a los dos, asistiendo cada uno a las torturas del otro. Eso a lo largo de dos o tres días. Parte de todo eso eran los traidores José Baravalle («Pollo»), de la JUP, y Carlos Brunato («Tu Sam»), de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), que habían sido chupados en junio y se pasaron de bando inmediatamente. Con Oscar se ensañaron terriblemente; ya no gritaba sino que aullaba, lo estaban destrozando. En un momento me gritó: “¡«Nena», me muero!”, y después de eso no escuché ni supe más nada. Nadie lo vio nunca más. Supongo que murió en o por la tortura. La comandaba Lo Fiego.
—¿Cómo fue el nacimiento de Alejandra?
—Después de 25 días de tortura, durante los cuales perdí mucha sangre y casi no comí, me di cuenta de que la beba prácticamente no se movía, por el estado de debilidad que yo tenía. Temí que estuviera muerta, por la picana y los golpes. No podía ir al baño sola, me llevaban alzada. Un día, Lo Fiego me molió a palos después de una sesión de tortura y arrancándome la venda me gritó: “¡Los engañaste, hija de puta!”, aludiendo a que según él había exagerado mi estado de cuasi inconciencia para que dejaran de torturarme. De esa cara no me olvidaré mientras viva. Allí me dice que habían decidido hacer un alto en la tortura para que pudiera parir a mi hija. Después de enyesarme mal en la Asistencia Pública la pierna afectada en mi huida, me llevan a la Alcaidía de Jefatura, sin legalizarme. Luego de un sermón, me trasladan a la Maternidad Martin, donde permanecí esposada a la cama unos dos o tres días hasta que parí a Alejandra el 4 de octubre. Me vuelven a atar y no me permiten que la alce ni le dé de mamar. Me trasladan a la Unidad V, en calle Ingeniero Thedy. Finalmente me blanquean y recluyen en el penal de Villa Devoto con Alejandra. A los seis meses se la entregan a mis padres y yo permanezco detenida a disposición del PEN hasta 1982, separada de mi hija cinco años y medio, una de las crueldades más espantosas que se pueden cometer con una madre.